domingo, 3 de abril de 2016

POETA SIN ENCHUFE (página de nueva novela corta)



“[Puntualiza Don Emir, amigo fortuito de Ludwing] -¡Záfese de este ambiente!- susurró con dramatismo-. Ahora quien importa es usted. ¡Záfese! -exclamó de pie-. ¡No permita que esta se convierta en la ciudad de sus ruinas!”
Nan Chevalier, El Viaje sin retorno desde un puerto fantasma

De tanto quejarnos del aislamiento de la literatura dominicana en el Universo no se sabe quién envió a Juvenal Agüero, el poeta peruano, a Santo Domingo, por allá por los años 90 del siglo pasado. Agüero se encandiló con la poesía y con la gente dominicana y se jodió para siempre, que está preso por la guardiemón.
No nos queda sino asentir –con un amén– estas palabras de Clodomiro Moquete, director de la siempre interesante –y hoy por hoy también en formato digital– tan dominicana revista Vetas.  Efectivamente, hacia aquellos años, mediados de los 90, y viniendo desde los Estados Unidos donde era un doctorando en literatura, Juvenal rompió el huevo que –desde la cabina climatizada del avión– significaba zambullirse en la temperatura y la arrechura sin límites del aire de Santo Domingo.  Nadie lo había preparado para aquello; ni siquiera la gente dominicana que había conocido en Providence, Rhode Island, donde andaba becado y se ubicaba su, más bien, muy respingada universidad.  Así como no existen católicos en los Estados Unidos porque todos derivan –sobre todo los más entusiastas– en transformarse en doblemente puritanos o protestantes.  Lo mismo ocurre con los latinos, incluso con los de las Antillas (que es decir bastante).  Por sobrevivencia la mayoría se acomoda al nuevo medio; a su modo se aburguesan o guardan ahora su distancia –celosos de su espacio proprio–; aunque esto último no implique el menoscabo de sus bachatas de los fines de semana ni, mucho menos, de sus opíparas e interminables  comidas de todos los días: carnes de todo tipo, sabrosamente sazonadas, acompañadas por varias libras de arroz.  Pero de lo que los dominicanos sí adolecen un tanto, o ven mermadas sus cuotas en los Estados Unidos, es de sus célebres encamadas  y por un quítame estas pajas.  “El Monstruo Verde”, “Los Cocos”, “La Playita”, figuran entre los –entre antiguos y más recientes– innumerables hotelitos para zingar al paso en el centro de Santo Domingo… para no hablar de la Zona Colonial; lugares, digamos, a la mano, no cabañas o mecas distantes.  Andar hoy mismo por las calles populosas de la capital de la República Dominicana, aunque de un modo un tanto disminuido para el nativo (así me lo comunicaron los amigos la última vez que estuve por allí; cosas de que las nativas prefieren cada vez más al foráneo), es como tener que hacer de pulpo y, honrando esta metamorfosis, consecuentemente al palo.  Máximo sí, añadidas a las propias, en estos últimos años se suman las haitianas –o bellezas dominico-haitianas– ubicuas y como siempre maravillosas.

“Poeta sin enchufe”, se suma a las anteriores novelas ya publicas y reunidas en Prepucio carmesí y otras novelas cortas (2013).  En particular, continúa con la cuestión caribeña o dominicana y Juvenal Agüero; de la que, por lo menos Un chin de amor (2005 ), constituye un nítido antecedente.

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